25 sept 2007

La casa de Psicosis

Desde el momento en que olí aquel hedor decidí que debería escribir algo sobre el peor tugurio en el que he tenido la desgracia de pernoctar en toda mi vida. El nombre del antro: The Colonial House Inn. Este apestoso bed and breakfast se encuentra en una una zona turística de la costa este de los Estados Unidos, concretamente en Cape Cod, Massachusetts. Recomiendo totalmente pasar un fin de semana en la zona. Es preciosa.

Después del olor, lo que llama la atención es la decoración: las peores baratijas que se pueden encontrar en un rastro dominguero en un fin de semana de rebajas. Mal gusto sería un adjetivo demasiado benevolente. Claro que todo va en consonancia con el aspecto del encargado del vertedero: un peluquín debajo del cual había una persona.

Pensábamos que un milagro haría que nuestra habitación fuese... cómoda. Pues no, también olía a podredumbre por los cuatro costados. Las sábanas raídas -como las toallas- conservaban el aroma corporal de los inquilinos de todo el año.

Este palacio ofrece al despistado de turno desayuno y cena. Siempre nos quedará la duda si la cena estaba a la altura del desayuno o era todavía peor... Lo siento, no puedo hablar del desayuno. Siento náuseas.

Merece una visita -sin guía, por favor- la piscina y el jacuzzi en los que el único testigo de nuestro último chapuzón sería el moho, que es el dueño y señor de todo el lugar.

¡Ahhhh la sala del ordenador! Ese centro de la tecnología punta, antes del nacimiento de Silicon Valley, está provisto de un ordenador situado convenientemente en una mesa dominada por el polvo y las migas. Usar guantes si no se tiene más remedio que usar el teclado es obligatorio. ¡Prohibido sentarse en la silla! Se come a la gente.

Como comprobación de todas las aseveraciones vomitadas en esta entrada se invita al lector a leer las críticas de los húespedes que fueron engañados por la página web del hotelito, de cuyo nombre quiero olvidarme, pero mis pesadillas me lo impiden. Si encuentran algún comentario positivo se debe al sentido del humor de algún cachondo o quizás al deseo de venganza contra la humanidad de algún parroquiano.

Y para terminar. Esto si tuvo gracia y me lo contó mi mujer porque yo salí corriendo de allí: el peluquín le preguntó si nos habíamos asegurado de dejar propinas al personal. ¡Ah, las propinas!

No hay comentarios: