14 jul 2009

Concierto de Coldplay en Mountain View


A pesar de que Chris Martin se refirió en varias ocasiones a San Francisco, en realidad ayer, de nueve a once de la noche, la banda que lidera y él mismo se encontraban a un puñado de millas al sur de Frisco. El Shoreline Amphitheatre de Mountain View, justo detrás de las oficinas de Google, fue el escenario del concierto de los brits.

Para alguien que viene de Europa -supongo que de cualquier parte fuera de EE. UU.- lo primero que llama la atención son los accesos al recinto: concesionarios de artículos de todo tipo; nada de las improvisadas mesas de camping de allá en las que se venden camisetas de los artistas por un ojo de la cara. Luego, el escenario está rodeado de... asientos; nada de arremolinarse y empujarse para intentar ser salpicado por una gota de sudor de los ídolos; más arriba, la plebe con sus entradas de 40 dólares -¿cuándo fue la última vez que en Madrid se pagaron 35 euros por un concierto así? ¿los Beatles?- eso sí, mucho espacio para moverse, el suficiente como para tender mantas sobre el suelo y disfrutar de un picnic antes de la ceremonia. Lo juro: te dejan entrar con sillas y venden latas de cerveza. El vandalismo les es ajeno.

Otra diferencia: los altavoces, la acústica o qué se yo, permitieron tener y escuchar conversaciones empleando un tono de voz normal; nada de volver a casa con los oídos zumbando aunque el espectáculo se resiente. Seguramente exista alguna ley estatal que limite el nivel de los decibelios. El público, el más tranquilo que me haya echado a la cara; hubo gente que se tumbó sobre sus mantas durante el concierto: permanecer de pie era mucho esfuerzo; quizás muchos de los espectadores eran gente "guapa" de las grandes empresas de Silicon Valley, cuyo mayor esfuerzo diario consiste en levantarse a por la soda y el "snack" del tenderete de la esquina, levantado por la empresa en una esquina para hacerles la vida más llevadera y, de paso, conseguir que se queden amarrados a la silla un rato más.

El concierto en sí: de coña, sin más. Homenaje a Michael Jackson con Billy Jean y el repertorio esperado. Al final, la gente no dice lo de "otra, otra"; se arma un poco de ruído y el pacto "se sella" con un par de canciones. A la salida, regalo: CD con nueve canciones para todos los asistentes. Eso es enrrollarse con tu clientela y no lo de la SGAE.

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